domingo, marzo 4

La Vanguardia define a Azorín como un "maestro del castellano y del periodismo"

Artículo publicado por el periódico La Vanguardia, el 2 de marzo del 2012

RESUMEN: El 2 de marzo de 1967, José Martínez Ruiz fallecía, a los 93 años, en su domicilio madrileño. El último superviviente de la Generación del 98 fue durante toda su vida un articulista asiduo en numerosos diarios. Las páginas de La Vanguardia le acogieron durante los primeros años del siglo XX. SE PUEDE CONSULTAR ADEMÁS UN GRAN NÚMERO DE LOS ARTÍCULOS PUBLICADOS POR AZORÍN EN LA VANGUARDIA. 


José Martínez Ruiz nació en Monóvar (Alicante) el 8 de junio de 1873. La ciudad alicantina, en los valles del Vinalopó, al sur de la Comunidad Valenciana, es la última frontera del catalán. Para algunos críticos, el entorno bilingüe de su tierra nativa es esencial para conformar en Azorín la conciencia de pureza del idioma, la necesidad de la expresión ajustada y la voluntad por la perfección expresiva.

Hijo de un abogado y acomodado político conservador, estudió el bachillerato en el internado de los escolapios de Yecla. Derecho, que no terminó, en la Universidad de Valencia. Comenzó a publicar  asiduamente en periódicos, La Educación Católica de Petrer, El Defensor de Yecla, El Eco de Monóvar, El Mercantil Valenciano y El Pueblo de Vicente Blasco Ibáñez.

En noviembre de 1896 se estableció en Madrid y siguió su colaboración en un sinfín de cabeceras. Con periódicos republicanos - El País, El Progreso de Alejandro Lerroux-, después con El Imparcial; durante muchos años, con ABC y diversas revistas - Revista Nueva, Juventud, Arte Joven, El Globo, Alma Española y España-. En esta última, apareció por primera vez el seudónimo Azorín firmando un artículo.

Sus inicios estuvieron muy marcados por una sensibilidad de carácter anarquista y sus primeros títulos respondían a esa ideología: Notas sociales (1896), Pecuchet demagogo (1898). Durante esos años viajó intensamente por tierras de la meseta castellana, con el propósito de conocer tanto su paisaje como la situación  de sus gentes, entonces de extrema miseria. Compartió, junto a Ramiro de Maeztu y Pío Baroja, una viva admiración por las obras de Nietzsche, por las del ensayista francés Michel de Montaigne y las del poeta austro-alemán Rainer María Rilke. Con Baroja y Maeztu formó el grupo de los tres, núcleo original de la Generación del 98.

Su trilogía narrativa, compuesta por los volúmenes La voluntad (1902) -antecesora de El artista adolescente, de James Joyce-, Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), provocó una  reflexión personal que le llevó a cambiar radicalmente sus posiciones políticas. Desilusionado, rápidamente paso a adoptar un ideario conservador.

Se adhirió al maurismo, fue cinco veces diputado, entre 1907 y 1919, y dos veces subsecretario de Instrucción Pública, en 1917 y 1919. Se negó a aceptar nuevos cargos en la dictadura de Primo de Rivera. Durante la I Guerra Mundial fue corresponsal de guerra, y obtuvo la Legión de Honor del Gobierno de Francia. Destacó también por ser un viajero extraordinario por España –especialmente por Castilla-; en cambio, viajó muy poco al extranjero.

Elegido por unanimidad miembro de la Real Academia Española en mayo de 1924, nunca fue un miembro demasiado activo y finalmente dejó de asistir a sus sesiones. Al estallar la Guerra Civil española huyó de Madrid y vivió en París. Al finalizar la contienda, regresó a España en 1939. Fue presidente del Patronato de la Biblioteca Nacional. Recibió un homenaje nacional en 1963 con motivo de sus noventa años. Fue premio March de Literatura, Gran Cruz de Isabel la Católica y de Alfonso X el Sabio.

De vida  tranquila y metódica, los últimos años vivió recluido en sus lecturas, sus paseos solitarios y  una tardía afición al cine, del que se convirtió en entusiasta espectador. Azorín falleció en Madrid el 2 de marzo de 1967.

De su obra literaria, cabe distinguir las novelas anteriores a la Guerra Civil, Don Juan (1922), Doña Inés (1925), Félix Vargas (1928) – después titulada, El caballero inactual- o Pueblo (1930), donde Azorín ensaya  con nuevas técnicas narrativas; y las posteriores a la contienda civil, donde regresa a su estilo tradicional, con clara tendencia a la exquisitez narrativa y a la armonía. De estos últimos años, destacan: El escritor (1941), María Fontán (1943), La isla sin aurora (1944) o Con permiso de los cervantistas (1948).

Azorín fue el escritor más fecundo de una generación que no fue escasa en obras literarias, y también fue el más leído. Su prosa clara, precisa en la exposición, exigente con los pequeños detalles, de frase breve y riqueza de léxico, hizo que su obra supusiera una auténtica revolución estética.

Con una ya larga trayectoria en la prensa española, se incorporó a La Vanguardia como crítico literario, donde publicó cerca de 200 artículos, la mayoría entre 1914 y 1918. Si bien, su primer artículo en nuestras páginas data del 6 de agosto de 1904. Su colaboración se debió  al empeño del director Miquel dels Sants Oliver. Sus trabajos - un análisis de la  literatura clásica española – le convierte, junto a Eduardo Gómez de Baquero, Andrenio, en  uno de los críticos más destacados que escriben en La Vanguardia en el primer tercio del siglo XX, dignos continuadores de Josep Yxart, y Miquel Soler i Miquel.

No es de extrañar que un conspicuo representante de la cultura castellana publicara en las páginas de un diario barcelonés ya que Barcelona fue la capital en la que se impulsó y se dio a conocer, según algunos estudiosos, la generación del 98.

Además Azorín, que defendió una exigente actitud regeneracionista a partir de su sensibilidad por los clásicos y su querencia por el alma de Castilla, siempre mostró cordialidad por las otras lenguas vernáculas de la península, simpatía hacia el mundo cultural de Catalunya  y admiración por Jacint Verdaguer y Joan Maragall.

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